domingo, 23 de octubre de 2011

BOSTEZO





El gris, más que color, es tristeza posada, abrazada, llorando lluvia y alentando en las cosas que miro, en torno a las palmeras, sobre los yates ebrios anclados en el puerto, en los rostros de los extranjeros que se pasean con cierta prisa por una rambla de charcos; por cierto, me gusta la extranjera que pasa a mi lado, mirándome como a un insecto, a pesar del color gris de sus ojos que sueñan, me gusta, y al decirlo no soy libidinoso, pues la miro como un hombre de vuelta de todo y que se entusiasma por las cosa sin descubrir, por esas cosas que uno pudiera conocer con sólo acercarse a ellas, sin siquiera acariciarlas con la mirada, sino viéndolas de paso como si no interesaran nada más que un momento, el momento preciso para adorarlas más tarde con detenimiento y paciencia de buen orfebre. ¿Sabes? A veces la lluvia salva un poema y le da el visto bueno acabándolo a los diez versos, y esta memoria mía ya se alarga y cansa al lector que sólo lee haciendo tiempo para dormir, así que me levanto del banco de cemento, cuando la extranjera deja su estela agonizando en una herida esquina, y me voy de paseo entre los chiringuitos desiertos donde los souvenirs parecen fatigados y bostezan de puro aburimiento.




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